Desde comienzo de nuestro siglo, y muy particularmente desde la segunda Guerra Mundial, la ciencia se manifiesta cada vez más claramente como el elemento determinante del porvenir de la humanidad. Es cierto que son especialmente las ciencias aplicadas y las técnicas las que intervienen de forma directa, y de un modo cada vez más apremiante, en nuestra existencia cotidiana y que actualmente la mayoría de los gobiernos se esfuerzan en llevar a término una política eficiente de la investigación científica con vistas a acrecentar el poder material de sus países. Pero el progreso de las técnicas depende de una manera cada vez más estrecha del de las ciencias puras mientras que, a la inversa, cada innovación técnica es utilizada inmediatamente por los teóricos.
El siglo XIX vio aparecer la colaboración entre investigadores en el seno de los laboratorios y de los institutos de investigación creados junto a establecimientos de enseñanza superior. En el siglo XX, esta evolución hacia el trabajo en equipo se acelera a fin de compensar los efectos de la especialización creciente impuesta por la rápida extensión del campo de la ciencia, y para permitir un mejor aprovechamiento de los equipos -cada vez más costosos- necesarios para la continuación de los trabajos de investigación.La constante expansión de los presupuestos de investigación científica y técnica se ve favorecida por la toma de conciencia del hecho de que el porvenir de cada país está en gran medida condicionado por los esfuerzos que se realicen en este campo.
Por su misma rapidez y, aún más, por sus repercusiones técnicas, el florecimiento de la ciencia no deja de suscitar ciertas aprensiones a veces justificadas.
En el plano intelectual, la extensión desmesurada del campo de la ciencia, el tecnicismo creciente de las teorías y de los descubrimientos y la especialización cada vez más estrecha de la mayoría de los investigadores presentan el riesgo de crear una incomprensión progresivamente más marcada entre los que participan en el progreso y el resto de la humanidad que, al no poder apreciar el espíritu de aquél, sólo juzga sus consecuencias materiales. Este divorcio se ve agravado además por la aplicación inmediata que se hace de numerosos descubrimientos con fines militares.
Es verdad que la ciencia aprovecha en gran medida esta situación y que importantes resultados obtenidos en física nuclear o en otros campos de la investigación , se hubieran visto indudablemente retrasados de forma considerable sin el apoyo masivo y oportuno de los presupuestos militares
Los progresos realizados en estos distintos campos desde principios del siglo XX son inmensos y sobrepasan ampliamente en número y en importancia a los de cualquier época anterior de la historia de la humanidad. Sin embargo, sólo se puede juzgar objetivamente la ciencia actual situándola en el marco de la gran corriente de la historia. Algunos admiradores demasiados entusiastas de los éxitos y de los descubrimientos de nuestro tiempo subestiman la importancia de la obra admirable realizada, a un ritmo ciertamente más lento, pero con unos medios humanos y materiales mucho más limitados, por los científicos de los siglos pasados.